Juan
Carlos pasaba todos los días por la avenida Manuel Montt, calle principal que
llevaba a la ciudad de Concepción. El muchacho cursaba la enseñanza media. No
destacaba más allá de las humanidades. Le gustaba leer a Nicanor Parra. Sentía que el
anti poeta le ayudaba a vaciar sus ansias de revolución, que pasaban ocultas
debido al estricto padre que tenía. Era
un tipo normal, salvo por su gusto por la pintura: Juan Carlos hacía graffiti.
Cada día, al viajar al colegio, el
niño escogía el lado de la ventana. Gustaba mirar el paisaje repetido del
sector, como buscando algo nuevo, algún tag
reciente, algún mural o alguna cosa que le diera un aspecto distinto. El placer
de pensar en la rutina mientras el microbús marcha es indescriptible, y Juan no
se enajenaba a aquello.
En una de las tantas
locomociones, apareció un portón. Inmediatamente el imberbe notó la presencia
de la novedad. La estructura metálica era nueva, ni siquiera estaba pintada.
Los ángulos eran finos, el centro era amplio y no tenía punta de diamante,
totalmente liso. Calzaba justo un Throw
up en él, end to end. Podía ser
blanco con volúmenes negros y un potente verde guacamole en el out line, tal vez un cromo o un muñeco con cara de demonio.
Quizás un Che Guevara con gorro camionero. Pensó en tantas formas, en tantos colores y
solo se detuvo cuando llegó a su parada.
Al arribar a casa, después de un
improductivo día en clases, Juan pasó directamente a su habitación, luego de
saludar apáticamente a su familia. Tiró la mochila, y se lanzó al abismo de su
cavilación. No podía dejar de pensar en el portón, en la pieza que podría
pintar y la fama que lograría al asegurar ese pendón publicitario gratis en
plena avenida. Los botes estaban llenos, las válvulas limpias, faltaba planear
el acto y concretarlo. No debería ser gran problema, salvo por el lugar vistoso
en el que se encontraba. Hundido en su disyuntiva, fijó la mirada en algún
punto vago de la pared contigua y proyectó los últimos detalles ahí. Fue tanto
el cansancio que se durmió con el proyecto en su retina.
A media noche comenzó a sufrir
espasmos. Los movimientos involuntarios se asemejaban a la trayectoria que hace
el brazo al trazar líneas. De izquierda a derecha, con el índice hacia abajo,
como presionando la cap. Juan Carlos
estaba con todas sus latas dentro de una bolsa plástica de multi tienda. En su
mano cargaba el color de fondo, había escogido el blanco. Vigorosamente agitaba
el bote, con el pulso listo para lanzar la primera ráfaga; Un ruido detuvo su
dedo, una brisa de otoño le hizo voltear a inspeccionar que todo estuviera bien
y una sombra, que estaba justo detrás, con un rifle disparó en el vientre del muchacho que, en un
movimiento violento por la fuerza del impacto, se azotó contra el portón, quedando pegado en él por la viscosidad de la sangre; lentamente cayó hasta quedar tirado en el concreto. Se escuchó
un grito que despertó a los padres. Se asomaron a ver y la luz del cuarto de su
hijo mayor estaba encendida.
Juan subió al microbús. Estaba
algo confundido todavía por el extraño sueño que había experimentado. Se sentó
en la misma butaca de siempre, mirando hacia el mismo lugar. Esperaba volver a
ver el portón y eliminar el miedo a fracasar la misión. Pasaban los árboles, las casas, las paradas
del bus y a lo lejos logró divisar una gran multitud. Policías y curiosos rodeaban algo en el lugar. No lograba ver, hasta que vio un cuerpo en el suelo, con una bolsa plástica muy bien sujetada en la mano y una mancha de sangre que llegaba hasta abajo en su amado portón.
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